El observador, el caminante

Con 73 años, el caminante nos dejó. En las largas charlas que compartimos los primeros días de mayo, Don Calixto me contó que cuando era chico no le gustaba jugar al fútbol, prefería salir a caminar, “tener aventuras” decía. Cuando tenía tiempo, dibujaba. 
Con los años Don Calixto empezó a trabajar como cosechero, después fue albañil. Nada impidió que su devoción por dibujar y pintar continuara. 
En la calle Rivadavia al 400 de Cafayate, Don Calixto levantó con sus manos la casa de dos pisos que alberga más de 500 piezas, entre dibujos, pinturas, cerámicas, tallas en piedra y madera, ensambles de madera y objetos encontrados; “su colección”, decía él. Se trata de uno de los cuerpos de obra más cautivantes de la provincia.
Don Calixto, eligió vivir solo, con una humildad casi religiosa, franciscana. Llenaba sus días ocupado en su arte y sus paseos en bicicleta. El más mínimo cambio de luz, de aire, lo conmovía. Le interesaban los insectos, los pájaros, los colores, las formas de las cosas, las personas, sus oficios, le interesaban la vida, la muerte. Como él mismo me explicó sobre una de sus pinturas donde se observa un primer círculo con huesos de dinosaurios y cráneos humanos, un segundo círculo lleno de cuerpos vivos entrelazados, y en el centro un círculo oscuro donde brillan estrellas y planetas. Esta es la tierra, la Pachamama, llena de muerte, llena de vida, como un ojo mirando al espacio.
Disfrutaba de las fiestas populares, del carnaval, de las marcadas, las señaladas, las procesiones. Toda su obra, de una enorme trascendencia por su complejidad, su profundidad, su variedad y el cuidado que él mismo le dio al conservarla ordenada en su propia casa, forma ya parte del patrimonio de Cafayate, del Valle, y de Salta. 
La obra de Calixto, nos habla de largas caminatas en la soledad de los montes y los cerros. De la aventura de la contemplación y la exploración. Un hombre que camina, no un hombre que domina ni que explota, un hombre que se asombra del paisaje... Hoy ese paisaje ha perdido una de sus más sensibles criaturas...


Por: JOSEFINA CARON